domingo, 3 de enero de 2016

Los cielos abiertos

Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. (Colosenses 3:1)

Entonces Jesús vino [...] a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? (Mateo 3:13-14).

El Hijo de Dios tomó lugar en medio de los pecadores arrepentidos. ¡Había venido por ellos! «...Los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3:16-17).
¡Qué grandiosa escena! El cielo se abrió, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús y el Padre proclamó la grandeza de aquel a quien no se debía confundir con los que le rodeaban.
Esteban compareció ante un tribunal hostil, pero «...Puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios» (Hechos 7: 55-56).

Para ese mártir, que en unos momentos sería lapidado, ¡qué maravilloso consuelo ver a Jesús en el cielo, listo para recibirle!

En los dos casos los cielos se abrieron para hacer resaltar la gloria de Jesucristo. Nosotros también estamos invitados a ver por la fe la gloria de nuestro Señor Jesucristo en el cielo.

Esta contemplación producirá efectos positivos en nuestra vida y en nuestro testimonio: «Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Corintios 3:18)

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