lunes, 26 de octubre de 2015

Templando aceros

Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. (1 Pedro 1:7)

Esta es la historia de un herrero que, después de una juventud llena de excesos, decidió entregar su alma a Dios, realizó una conversión total y durante muchos años trabajó con ahínco y practicó la caridad.

Pero a pesar de toda su dedicación y de su ayuda desinteresada a otros, nada parecía andar bien en su vida personal, muy por el contrario, sus problemas se acumulaban día a día, y cada vez más.

Una hermosa tarde, un amigo que lo visitaba, y que sentía compasión por su situación difícil, le comento: «Realmente es muy extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias, nada ha mejorado».

El herrero no respondió enseguida, él ya había pensado en eso muchas veces, sin entender lo que acontecía con su vida, sin embargo, como no deseaba dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar diciendo: «En este taller yo recibo el acero aún sin trabajar, debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú cómo se hace esto? Primero caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone al rojo vivo, enseguida, sin ninguna piedad, tomo el martillo más pesado y lo golpeo varias veces, hasta que la pieza adquiere la forma deseada. Luego la sumerjo en un balde de agua fría, y el taller entero se llena con el ruido y el vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura. Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta. Una sola vez no es suficiente».

El herrero hizo una larga pausa, y siguió: «A veces, el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento, el calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras, en ese momento, me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada, y entonces, simplemente lo dejo en la montaña de fierro viejo que ves a la entrada de mi herrería».

Hizo otra pausa más, y el herrero terminó: «Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e inestable como el agua que hace sufrir al acero. Pero la única cosa que pienso es, 'Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en la montaña del fierro viejo de las almas'»

Dios no va desistir. Él quiere ir transformándonos y va a perfeccionar la obra que comenzó en cada uno de nosotros.

Él tiene un plan para nuestras vidas y sin duda alguna, es el mejor que pueda existir. Pidámosle a Dios, como lo hizo el herrero, que no desista hasta que tomemos la forma qué Él espera de nosotros.

1 comentario:

  1. Ummmmmmmmmmm la nueva página web He leído la historia del herrero. Habrá que prepararse porque esto de ahora no es nada.

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